jueves, 17 de diciembre de 2009

Todos nos caemos de repente...

Cuando salí de cuarto medio, la premiación se realizaba antes de la licenciatura, porque eran 8 cursos y habría tomado mucho tiempo hacer todo junto. Como buen colegio público, la organización era super mala, así que tuvimos que bajar nuestras propias sillas de la sala de clases: mi sala estaba en un segundo piso, a un par de metros del patio donde se realizaba el acto.
Cuando bajaba con mi silla, al llegar a la escalera, las patas de la silla que llevaba se enredaron con los fierros que formaban el pasamanos de la escalera. Y entonces pasó algo curioso... para describirlo voy a echar mano de toda mi capacidad de descripción: al ser YO el que llevaba la silla, ubicado detrás de ella y le daba impulso (como en esta imagen, pero en vez de ser una niñita, era yo con uniforme de colegio y el pelo muy mal cortado), el que la silla quedase atascada con algo no significaba que yo me quedara atascado; en otras palabras, aunque la silla dejó de moverse, yo seguí avanzando. EL resultado fue que mi impulso, y la inercia del movimiento, me llevaron a continuar moviéndome hacia adelante, aunque la silla se interpusiera en mi camino. Obviamente la energía cinética que me impulsaba debía irse a algún lado, y resulta que no lo hizo, solo produjo que yo cambiara mi dirección: en vez de seguir moviéndome hacia adelante, empecé a moverme en diagonal con respecto a la silla y el suelo...

Resultado de toda esta larga perorata: ese día sufrí la caída más aparatosa que recuerde... pasé por encima de la silla y rodé por la escalera, todos los escalones hasta llegar al descanso. Me vio todo el colegio, y en un acto muuuuuuuy atípico, muy impropio de nuestra idiosincrasia, todos se cagaron de la risa hasta la muerte.

Lo buen fue que no me pasó nada, salvo que me convertí en "el weon ese po, el que se sacó la chucha el día de la premiación"...

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